Rendido quedo ante los encantos cegadores de esta tierra asediada por los pasos de la historia. Cautivado por las huellas imborrables del pasado, por esa indisoluble comunión de sus paisajes de ensueño y sus apacibles callejas. Basta respirar más allá de la sombra omnipresente de ese tal Wojtyla para entender que nos encontramos frente a un pueblo y una cultura que han sabido resurgir de sus propias cenizas. Y lo han hecho, cosa nada fácil, tras el asedio sufrido por soviéticos y alemanes y tras la consideración, de una Europa fragmentada que veía a este pueblo con malos ojos, de nación indigna e inferior. Pero nada más alejado de la realidad. A pesar del dramático precedente histórico, nos encontramos ante una nación confiada y abierta a la comunicación, sin aires de grandeza, ni falsas modestias. Una sociedad trabajadora y prudente con un empeño vital por salir del, aún latente, influjo comunista para encontrar su propia identidad, la arrebatada y vilipendiada por todos, casi sin excepción. Y cuando uno está con los pies caminado por sus valles, bosques, ríos o barrios, degustando sus pierogi o asumiendo su monumental trazado y sus espectaculares cumbres cae en la cuenta de que todo en ella es un descubrimiento digno de ser contemplado. Sobre todo si eres de esos que se deja enamorar por los lugares y sus gentes, con la mente abierta y los poros como filtros sensitivos que absorben ávidos toda la información. Con todo lo alejados que resultan sus hábitos, cultos y folklore, el clima resulta cercano, familiar, reconocible. Curioso, pero cierto. Esto me pasó también en Suecia, una de esas extrañas químicas que te hacen desear no sólo un pronto regreso, sino vivir con sosiego el descubrimiento, sin prisas y sin ansias, al ritmo del propio devenir de los acontecimientos. Como en sus pequeñas iglesias góticas de madera, verdaderas joyas de la arquitectura, auspiciadas por el sello UNESCO en las que uno puede detenerse con el tiempo y vaciarse de pensamientos.
Auschwitz es un tema a parte. No apto para personas muy sensibles, pero necesario testimonio el que allí se encierra, para no olvidar jamás que todos somos una raza susceptible de ser masacrada. Imponente silencio, impecable explicación del guía (Un tal Jareck) sin dramatismos pero con la afectación necesaria para humanizar el horror. Ahora sí, resulta imposible no revivir cada momento como si la propia piel, sintiera el halo del terror... En la distancia, pero tan, tan real. No olvidaré jamás esas tres horas de visita.
Wroclaw y sus canales, su colorida plaza del Mercado (Sólo la Grande Place de Bruselas me ha impresionado tanto) y un restaurante muy sencillo, pero rico, rico... De esos que recomendaría a alguien especial. Y el tiempo, que si acompaña intensifica las sensaciones positivas, porque no nos engañemos, Polonia con lluvia, debe ser terrible.
Cracovia...Uff... Ese barrio judío y ese cementerio... Qué puedo decir... La catedral, el Wawel, el Vístula, la vivacidad de sus calles. Dicen que es una de las ciudades más hermosas de Europa y no puedo más que corroborar esta afirmación tan arriesgada. Pero mientras hacía fotos, cual turista desbocado, sólo escuchaba en mi mente la maravillosa música de Schindler List del Señor John Williams... Y recordaba esa escena de la peli con la niñita del vestido rojo (Los pelos como escarpias) transitando sin rumbo mientras se desata el caos a su alrededor y nadie parece percatarse de su presencia. Que poder tienen algunas secuencias en la memoria... En fin, sigamos.
Y también están los Tatra, primos hermanos de Los Cárpatos, de una belleza poética e inspiradora. Los que nos deleitamos con la naturaleza, como es mi caso, sólo podemos sucumbir al pensamiento de caer rodando por uno de esos valles con su manto de verde improbable... Tengo que plantearme hacerlo alguna vez... ¿por qué no? Pese a estar en proceso constante de desarrollo, construyéndose aún y recuperando su antiguo esplendor, Polonia tiene una conciencia ecológica que ya la quisieran muchos otros países (ejem, ejem, no quiero mirar a nadie). Los espacios naturales abundan (Posee 22 Parques Nacionales) y uno de los animales emblemáticos que representan el país es el bisonte, único en Europa (con focos de población en las fronteras con Bielorrusia y Ucrania) también hay poblaciones de Linces, lobos, Osos pardos y alces... Claro que con esos bosques... Si yo fuera alce también me iría a pastar por allí, aquello son prados y lo demás tonterías.
Ahora eso sí, lo de las indicaciones en las carreteras, se lo tienen que mirar seriamente... Si sales de los ejes principales, puedes perder la paciencia. Incluso siendo guía profesional, con buen sentido de la orientación y un interés inusitado por la geografía... confieso que perdí los papeles, acabé claudicando y pidiendo sopitas en más de una ocasión. Si la República Checa fue el país del "no retorno", Polonia representa el terrible papel de "las indicaciones fantasmas" que giran, desaparecen, borran kilometraje o directamente te envían en la dirección contraria. Sinceramente esto es lo peor de Polonia. Eso y el alcohol. No es de extrañar cruzarte de noche por arcenes de carreteras secundarias, con borrachos zigzagueantes empinando el codo y desafiando a la gravedad y claro está, sin ningún tipo de iluminacióm...
Me quedo con sus pueblos (Zalipie, Tarnow, Swidnica...) y con sus castillos, con el amor por la tierra y el buen espíritu polaco, con los instantes irrepetibles y el sinfín de imágenes que he comprimido en estas que aquí os dejo... Espero que sean suficiente motivación para despertaros el gusanillo.